7 de diciembre de 2009
Historia de detectives
Ahí entro yo: tomo los vídeos (que están en una pésima calidad) y trato de hacerlos presentables. Busco sospechosos, elimino tiempos muertos, acerco o alejo equis parte, aumento o disminuyo la velocidad para que la acciones se vean más claras. Repaso una y otra vez los vídeos de cada ocasión mientras los edito y, explorando mi faceta más voyeur, me entretengo viendo a la gente que parece no saberse observada
Me gusta imaginarme como uno de esos agentes especiales de las películas de décadas pasadas, con súper computadoras y acceso a satélites, persiguiendo terroristas peligrosísimos a los que, una vez ubicados, debo salir a cazar con mis propias manos (y mi Desert Eagle, por supuesto). A veces también juego al detective y elaboro hipótesis sobre cada caso pero no se las cuento a nadie.
Las fantasías son bonitas pero al final sólo estoy yo en una oficina pobremente iluminada, sentado frente a una computadora demasiado lenta, bajando códecs para poder editar cierto vídeo, con un termo repleto de café hirviendo y escuchando viejo heavy metal que explota desde unos pequeños audífonos mientras llega la hora de ir a mi casa a leer y dormir.
El "caso" en el que trabajo ahora es bastante común: de un edificio residencial se robaron una noche un carro. Los celadores no vieron o escucharon algo sospechoso, el auto estaba en un punto ciego de una de las cámaras y hay un problema con los archivos de la cámara de la entrada/salida del parqueadero y los datos son irrecuperables.
En la cámara que graba el acceso por las escaleras al sótano-parqueadero hay un hecho -aislado de la inevstigación- que me perturba: a las 22:25 una mujer pasa caminando muy rápido y baja las escaleras. Esto parecería normal, pero yo estoy seguro de que la mujer va sin pantalón, en calzones. Estas cámaras graban pocos fotogramas por segundo y la mujer camina muy rápido, por lo que no puedo estar seguro. Las imágenes obtenidas son en blanco y negro y de muy baja calidad y eso también difculta mi investigación. Igual, repaso la secuencia cuadro a cuadro una y otra vez: la mujer está semidesnuda.
La mujer está semidesnuda o yo quiero que la mujer esté semidesnuda. Quiero pensar en una mujer que recibe una llamada antes de la media noche y debe salir con tanta prisa que olvida ponerse un pantalón -lleva las llaves del auto en la chaqueta-, una mujer que corre a solucionar una emergencia familiar o al encuentro de un amante desesperado que por fin se dignó a llamarla o a comprar pan para el desayuno antes de que cierren todo -pero no, esta última opción se descarta porque la mujer, con o sin pantalones, no vuelve en toda la noche-.
Después de perder varios buenos minutos haciendo zoom aquí y allá para salir de mi duda retomo mi trabajo. Como en la mayoría de fotogramas la mujer parece tener las piernas descubiertas decreto que efectivamente iba con prisa y en calzones a definir su destino. Punto final -aunque soy conciente de lo inverosímil de todo esto-.
Ahora debo reunir las imágenes donde sale cierta señora que parece ser parte de la banda que robó el carro. Pasada la media noche la señora, que ni es residente ni se sabe qué hace ahí a esa hora, se para frente a la cámara de las escaleras que llevan al parqueadero y obstruye la visión de la portería. Luego de dos minutos se da la vuelta y mira fijamente al lente por un par de segundos y cuando hace eso yo siento que me desafía, que nos desafía a todos y que se burla; que sabe que la estamos viendo y que sentimos un poco de miedo y a ella esas cosas le generan risa y le causan placer. Después baja por las escaleras hacia el punto muerto y ya no la puedo encontrar por el resto de la noche en ninguna de las cámaras.
11 de noviembre de 2009
Este año he dormido en unas treinta camas, un poco más, un poco menos. También dormí en el suelo, en bolsa de dormir, unas veinte veces -en habitaciones ajenas, en colchonetas, en algunas terminales, en un hostal sin camas-. Un par de veces dormí en el piso de una fiesta, sin abrigo, inundándolo todo con mi vómito, tan desecho como me es posible. También dormí en buses, decenas de ellos, de los cama, de los normales y de los de mierda de dos pisos a punto de irse por un abismo y de llevarse al infierno a cincuenta bolivianos que buscan un futuro mejor. Tuve que dormir en un sofá por dos noches y no dormí porque vi televisión hasta que los pájaros cantaron y el sol salió. A veces me acuesto a todo menos a dormir. He dormido muy solo y he dormido muy bien acopañado. He dormido bien y he dormido mal y me he levantado con la espalda adolorida y el dolor me ha durado semanas. No he dormido. He visto muchos amaneceres y he tenido días de setentaymuchas horas.
He salido a caminar a horas no recomendables por ciudades que apenas conozco en busca de oscuridad y algo indefinido que a veces toma la forma de la palabra "paz" y a veces la de "vida" y me he metido por callejones que huelen a orina y que resultan no tener salida y he terminado tomando alcohol para conciliar el sueño y apaciguar los demonios.
Mi hermana hace un par de días me contó que cuando no se puede dormir se acuerda de una vez que éramos muy pequeños y a ella no le daba sueño y yo le dije que pensara en blanco, que viera blanco, y dijo que hace eso y que es como una luz que la abofetea y que efectivamente se duerme. Yo no recuerdo de qué ocasión habla. Luego dijo que cuando yo no estaba se acordaba de eso y se dormía pero se dormía muy triste.
A vece duermo y sueño todo tipo de cosas. Sueño o imagino que soy polvo y me voy por ahí y me desaparezco como siempre he anhelado en secreto. A veces sencillamente pasa que me deshago, que estoy de pie y los átomos empiezan a huír -y lo puedo sentir y se siente bien- y me vuelvo un pequeño, corto y silencioso pppffffffffffff.
18 de octubre de 2009
Yo vide
He visto montañas cubiertas de hielo, alejadas de la sociedad de la náusea y he visto selvas hirvientes y sudorosas y ciudades sucias e infectas con edificios de mentiras y he visto miles y miles de personas caminar con prisa hacia todas partes y hacia ningún lado y he visto hombres morir sangrantes y arrepentidos y los vi también recién nacidos envueltos en placentas y llorando por haber llegado a este mundo y he visto mujeres felices y niños con hambre y he visto mis pies y mis manos y mi reflejo en un espejo y he sentido asco.
He estado aquí y allá y en todas partes.
Y lo he odiado todo.
21 de septiembre de 2009
He tratado de decirte de todas las formas posibles que soy lo peor que pudiste conseguir
Al menos aprendí que cuando alguien te dice “vámonos”, cuando una persona te toma una noche de la mano y te dice “huyamos”, no hay que pensarlo dos veces. Hay que correr, tomar los tres trapos que han sobrevivido y echarlos con prisa en la mochila, hay que juntar las monedas y sacar los tres billetes de su escondite, hay que escribir una nota que diga “voy a estar bien” para luego tomar un taxi que los lleve a un bus, a un avión, a un bote, a un almacén de bicicletas. Hay que agarrar la mano de esa persona y sonreír y decirle “bueno” y besarla y besarla y besarla y besarla hasta haber llegado a ese destino que no importa, que puede ser ningún lugar, que seguramente será ningún lugar.
No, no hay que regresar a “casa”. Entre otras cosas porque tus proyectos seguirán siendo sólo proyectos estés donde estés. Entre otras cosas porque siempre “estarás mejor allá” de lo que “estás aquí”; porque, estés donde estés, ése siempre será el peor lugar y habrá algo perfecto esperándote en otro lado; porque por eso es mejor el movimiento, el que se queda quieto se estanca y se hunde y pierde. Porque en “casa” (o lo más cercano que tengas a ello) estás “tú” y están los “tuyos” y está lo “tuyo” y en verdad que ya no te soportas más y mejor desapareces. Porque hay que ser muy imbécil y muy testarudo para no darse cuenta de que una persona que te dice “ven conmigo” también te está diciendo “no importo yo, no importas tú, importamos nosotros” y “estoy dispuesta a muchas cosas” y también “por favor” y “no importa lo que pase”. Porque hay que ser un idiota para no darse cuenta de que hay pocos lugares donde estarás mejor que junto a ella.
Porque hay que hacer parte de la peor clase de ser humano para darse cuenta de lo anterior y aún así decir “no”. Porque hay que ser realmente un cretino para ver a esta persona a los ojos y decirle con el mayor tacto posible “gracias pero no porque soy demasiado estúpido”. Porque sólo un canalla la abandonaría así como así. Porque entonces, una, dos, tres semanas después estarás atrapado en la misma mierda de siempre, la misma mierda de la que has intentado huir toda la vida y que ahora te llega al cuello de nuevo; esa mierda que te ha llevado a tus escapes mediocres, a tus explosiones de baja potencia; y te arrepentirás y será demasiado tarde. Siempre cuando te das cuenta ya es demasiado tarde para cualquier cosa. Y ahí es cuando notas la verdadera falta que te hacen un buen par de cojones y un baño de sangre que acabe con tantas ambiciones.
Pero a esas alturas ya todo se ha ido al carajo y el remolino de excremento de siempre se ha devorado la mitad de tu cuerpo.
He tratado de decirte de todas las formas posibles que soy lo peor que pudiste conseguir.
Ciudad Infierno, Mayo 20 de 2015
17 de septiembre de 2009
Apuntes varios (1, 2 y 3)
Can I start? Philip asked, but Baines didn't hear; he presented in his
stillness and attention an example of the importance grown-up people
attached to the written word: you had to write your thanks,
not wait and speak them, as if letters couldn't lie.
But Philip knew better than that, sprawling his thanks across a page
to Aunt Alice who had given him a doll he was too old for.
Letters could lie all right, but they made the lie permanent:
they lay as evidence against you; they made you meaner than the spoken word.
Conseguir el gancho, insertarlo con cuidado por el ombligo y halar con fuerza, con las dos manos, hacia arriba, a volver a sacarlo por la boca como si el gancho fuera un anzuelo y él algún tipo de pez deforme; desencajar la mandíbula, desprenderla y dejarla ahí colgando.
Luego, juntar las últimas fuerzas y abrirse como se abre un presente, un obsequio que ha sido envuelto con mucho cariño y no poca destreza. Regalarse.
Al final se quedaría ahí, con las tripas expuestas, esperando a que los curiosos y los insectos cumplieran con sus deberes.
18 de agosto de 2009
Por estos días
13 de agosto de 2009
Apuntes varios (I, II, III y IV)
I
Como siempre, estamos a destiempo, desfasados. Todos duermen y descansan mientras nosotros caminamos, en silencio, juntos pero a suficiente distancia uno del otro, con un destino fijo pero desviando la ruta caprichosamente. La ciudad se ve hermosa y una luna gigantesca y ligeramente rosada la ilumina abriéndose paso por entre las nubes, justo encima de la más alta de las montañas. Esta es la primer noche en la ciudad en mucho tiempo para uno de nosotros y la última para otro. Somos tres y nos conocemos hace tantos años que a veces nos quedamos sin palabras y parece que no es necesario que hablemos porque ya lo sabemos todo.
El alchol, el silencio y el camino se terminan al tiempo. Alguien pregunta algo con el fin de aclarar algún punto borroso de la conversaicón de la noche y luego nos vamos a dormir.
Podría decirse que a la mañana siguiente uno de nosotros ya está en camino a otra vida pero sería impreciso porque también es posible que ese camino lo hubiera emprendido mucho tiempo atrás, quizás meses, quizás años, que lo hubiera empezado sin saberlo una tarde en la que los mismos tres nos sentamos en un bar a pensar qué sería de nuestras vidas en cinco meses, en cinco años.
Ayer hace cinco años estaba en una estación de transmilenio esperando un bus a mi casa a las cinco de la tarde. Venía del entierro del hermano de un amigo y acababa de despedirme de todos, acababa de quedarme solo.
Sonó el celular. Era mi prima, me preguntó dónde estaba, me dijo que me fuera rápido al apartamento a recoger ami hermana. Me contó -y se le quebraba la voz- que mi tío se había matado en la madrugada.
Corté. Perdí el sentido.
Algunos amigos me encontraron por casualidad y me ayudaron a tomar el bus.
Hoy hace diez años era día de elevar cometa en mi colegio. Una vez al año, en las primeras semanas de Agosto, nos daban un par de horas para salir a los campos de fútbol y volar cometas con los amigos.
Cuando me desperté fui a la cocina para saludar a mi mamá y desayunar juntos. Escuchamos a Darío Arizmendi -y se le quebraba la voz o hacía que se le quebraba la voz o yo recuerdo como si se le quebrara la voz- decir que acababan de matar a Jaime Garzón. Ese año no volé cometa. Al año siguiente me cambié de colegio.
8 de julio de 2009
16 de junio de 2009
Bloomsday
- Seis horas, treinta minutos, hora de levantarse -repite la voz de una mujer desde un teléfono celular.
- No te vayas, quédate.
- No puedo.
- No importa, quédate.
- Tengo que encontrarme con esta gente.
Además tu querida compañera de habitación no tarda en llegar.
- ¿Sabes dónde carajos están mis bóxers?
L. se levanta del piso con unos calzoncillos en la mano.
A qué hora terminaron allá.
A qué hora terminé acá.
Termina de vestirse.
- Está haciendo mucho frío.
- Ponte algo de ropa.
Si a este imbécil no se le hubiera ocurrido poner la cita a esta hora.
- ¿Pudiste dormir?
- Como hora y media.
- Tienes que dormir.
- Otro día.
- ¿Sacas la basura?
L. abre la puerta de la habitación en silencio, se desliza por un pasillo, entra a un baño, orina, se lava la cara. Cuando regresa, An. tiene puesto un piyama.
- ¿No vas a ir a tu clase?
- Voy a quedarme durmiendo.
- Bueno. Nos vemos luego.
- ¿Quieres algo de desayuno?
- No. Adiós.
- Xau.
L. besa a An., se abrazan, se besan de nuevo. An. se acuesta, L. la arropa, toma una bolsa llena de basura del suelo y se escabulle de la habitación sin mirar atrás.
Quedan un pasillo, dos puertas, un callejón largo y una reja. Mejor si nadie me ve.
El timbre suena, pasan algunos segundos y suena de nuevo.
- ¿Quién es?
- Yo.
La puerta se abre. La casera le da paso a L.
- Gracias.
Que no me diga nada. Todo es culpa de ellos por no darme llaves. Todo es culpa de ellos. Yo pregunté si podía llegar a cualquier hora y dijeron que sí. Todo es culpa de ellos. A la cocina primero, tengo hambre. Hmmm, no me queda leche, sólo un par de panes. Tendré que robar un poco de café de nuevo. Caliento el pan en el microondas, uso su mantequilla y su mermelada, me sirvo un café. Agh, no quisiera ir a la reunión de ahora, es una pérdida de tiempo. Pero no me gusta quedar mal. Si tan solo. Listo, al segundo piso, descargo la mochila, me doy una ducha, me cambio de ropas. "Llevas cuatro días con la misma ropa", dijo. Qué quería, todo este tiempo estuve viviendo en su casa.
Al final L. no se baña porque el agua, efectivamente, está fría. Se harta de todo y decide dormir un poco más. Alguien lo desiperta, se le hizo tarde. Maldice todo el día. Se aburre. Se desespera. Se angustia. Se baña de mala gana pero sin echarse champú y se va para algún lado y se encuentra con amigos. Hablan pendejadas. Aparece An. Disimulan, no se conocen. Alguien, una autoridad en algo, le agarra el ego a patadas y L. sólo pude darle la razón. Huye. En el metro observa a la gente y queda intrigado por un par de tipos con una linterna muy pequeña que proyecta mujeres desnudas. L. decide caminar.
L. trató. L. siempre intenta. L. perdió. está acostumbrado. L. siente asco de sí mismo y de la mayoría de cosas a su alrededor. L. es un ser triste y enfermizo y lo sabe. L. experiemtna muchos sentimintos nuevos y no sabe cómo reaccionar. L. cree que ya no es el de antes -pero de pronto sí-. A L. últimamente le encanta mandar las cosas -y a veces a las personas- al carajo.
L. va al centro, camina, cuenta mujeres con vestidos rojos (13 hasta el momento en que sencillamente se le olvida seguir), cambia unos pocos dólares, entra a su café de confianza y pide un cortado y un emparedado de jamón y queso, seguramente dibuja un rato en su libreta mientras piensa qué carajos hacer con su vida. L. está harto, quiere irse de esa ciudad, quiere botarlo todo. Maldice todo el día. Se aburre. Se desespera. Se angustia. Se frustra. Decide que el tiempo ha llegado, que se va, que abandona de nuevo. Respira un poco. Sale del café.
L. ve en una pantalla que según los pronósticos lloverá de jueves a sábado. Seguido. Sin descanso. A L. eso lo reconforta un poco. L. piensa en la ciudad donde nació y decide que, igual, aún no es tiempo de volver, le queda un poco a este viaje. L. habla con W. en algún momento y le promete que Ulises va a regresar y que, como en Los Simpson, va a atravezar a sus pretendientes con una lanza. L. recuerda cosas al azar, como esa noche en Lima, fumando mariguana en una calle de Miraflores con un español en extremo amanerado y un francés imbécil con complejo de Manu Chao. Recuerda que esa vez llegó la policía. Recuerda que detesta a Manu Chao y que alguna vez trató de cambiar una entrada VIP de un concierto de ese sujeto por drogas o dinero para alcohol. Luego recuerda que lleva cerca de tres semanas sobrio y le da sed. Maldice todo el día. Se aburre. Se desespera. Se angustia. Se frustra. Se llena de rabia. Se odia. L. compra el diario, lo lee, se burla y selecciona los titulares que más lo divierten.
Después no importa, caminando y pensando pendejadas L. llega a su casa o a la casa de un amigo a preparar una pasta o a la casa de An. a hacer una de sus inadecuadas visitas. L., ocho días después, ya ni se acuerda. Sólo sabe que ese día, como tantos otros, renunció a algo, abandonó algo, se rindió una vez más. L. le da vueltas a lo del bloomsday por varios días en la cabeza y al final hace una pendejada, no es capaz de terminar lo que empezó, no le da el tiempo, la cabeza, algo siempre le falla. Maldice todo el día. Se aburre. Se desespera. Se angustia. Se frustra. Se llena de rabia. Se odia. Se asquea. Se renuncia. Se reconcilia.
Ya sabremos más de L.
Hay días que cuando terminan me hacen sentir que he vivido mucho en unas pocas horas. No pasa nada, ningún suceso extraordinario, la misma rutina decadente y mediocre de siempre. Sin embargo la variedad de sensaciones y sentimientos que vivo casi a diario no dejan de maravillarme; trato de no sentir, pero una vez empiezo, me gusta y no puedo dejarlo. En un día puedo sentir muchas cosas -cosas muy negativas en los últimos tiempos, pero cosas al fin y a cabo-. Se siente, que es lo importante. Se sobrevive, que es lo importante, me digo muy a menudo.
Escribió L. antes de acostarse. L. ese día tampoco pudo dormir.
10 de junio de 2009
Almuerzo al desnudo I
5 de junio de 2009
10 pasos para
2. Quisiera desaparecer pero ya soy invisible.
3. Remítase a 1.
4. Repita 2.
5. Vuelva a empezar.
(x2)
_________________________
En caso de incendio:
1. Conserve la calma.
2. Ubique las salidas de emergencia.
3. Tome el hacha del gabinete.
4. Rompa la ventana más cercana.
5. Salte.
2 de junio de 2009
Respuesta
25 de mayo de 2009
Justo ahora
A ver: se trataría de un tipo, un guía de museo que también hace parte de la exposición. Algo así como que él es el expositor y, a la vez, el tema expuesto. Este señor sería un indígena, por ejemplo; el último de su clan, según se dice; pero no sería un indígena "puro", el príncipe que dicen que es, sería más bien el rezago del amorío carnal entre una indígena y un europeo muchos años atrás; una vergüenza en su momento, aunque ya nadie lo recuerde. Y esto él lo sabe y nadie más, y es un conocimiento que algunas noches lo atormenta y lo lleva a tener pesadillas en las que se ve parado sobre el agua, en la mitad de la laguna, desnudo, tiritando de frío, conciente de que si da un paso en cualquier dirección se hunde y se muere, conciente también de que tarde o temprano va a amanecer y la gente de la aldea lo va a ver ahí parado y lo va a entender todo y él, igual, se va a morir de vegüenza.
Y el museo, el recinto en donde trabaja nuestro protagonista y que más bien parece un parque temático, es un lugar muy chico, ubicado en donde se supone que quedó algún día el templo lejano de su tribu, a donde sólo iban una vez al año y que es el único vestigio de su civilización y expone un par de telas, un par de ollas de barro y cinco piezas de oro. Y a su guía, claro, la verdadera atracción. Y expondría más, de tener más, pero es que es tan poco lo que queda de su raza que a veces él mismo cree que todo es un cuento que se cuenta solo para poder dormir mejor en las noches.
Él sabe, además, que no es realmente el último de su estirpe. Y lo sabe porque cuando no trabaja y sale a caminar por ahí, reconoce a sus primos y se da cuenta de que ellos decidieron cambiar de tribu, fingir, ser impostores porque les era más rentable; y reconoce también a las hijas y los hijos de sus primos, niños que se pasean por las montañas y por los pueblos, halando una llama o un pequeño burro sucio y desnutrido, vendiendo tejidos con motivos antiguos, cobrándole un par de monedas a los turistas que les sacan fotografías para verlas después en sus países de orgien, en sus continentes nativos, y decir que pobre gente, que al fin y al cabo no son malas personas y que las tradiciones y el rescate de las raíces y los pueblos y la opresión. Y él sabe todo esto pero no siente vergüenza o miedo o asco o envidia o angustia o rabia; siente, y sólo a veces, un poco de lástima y una leve herida de traición, pero se le pasa rápido porque, sobre todo cuando esta solo, pensar en su familia le genera ataques de risa que parecen interminables.
Y este tipo, a quien llamaremos H porque ya es hora de ponerle un nombre, experimenta en ocasiones una vergüenza muy similar a la de sus sueños -pero menos mortal-, que lo lleva a quedarse estático, en silencio absoluto -y esto ocurre sólo a veces, una vez a la semana, cada quince días, de forma inesperada, en cualquiera de los tres recorridos guiados que hace diariamente en el museo-, mirando hacia una esquina en la que, congelado de horror, con los ojos muy abiertos y sin poder parpadear, ve una rata gigante que devora un animal del tamaño de una cabra, y salpica sangre y vìsceras hacia todas partes, hacia las paredes, hacia las vitrinas, hacia el público, hacia su cara.
Estos "incidentes", como H los llama, duran apenas una fracción de segundo, de esas en las que el tiempo se elonga; muy poco, en realidad; un instante en el que todo se detiene, insuficiente para que alguien decida socorrerlo o preguntarle que qué le pasa que si se siente bien, pero suficiente para que todos se den cuenta de que algo muy grave le acaba de ocurrir y que ellos son, de una forma u otra, afortunados por haberlo visto. Cuando el "incidente" termina, cuando el horror desaparece tan súbitamente como apareció, cuando nuestro personaje recobra la noción del ahora y su rostro indígena recupera la indiferencia acostumbrada, H continúa la frase justo en donde la había abandonado, da por terminado el recorrido de la sala y va al patio, en donde se presta para que los turistas se tomen fotos con él y le digan que es muy bonita, muy romántica la historia de su raza, que es al final su propia historia, qué bueno que nos la cuente, y no sólo eso, que su historia es, bien mirado, la historía mía y de ellos y de todos nosotros porque para allá vamos así no nos demos cuenta. Y H posa, sonríe, agradece, mientras contiene el aliento, mientras aguanta las lágrimas y detiene los mocos, mientras, a cambio de una propina, cuenta la historia de uno de sus abuelos, un gran guerrero, el más fuerte que existió jamás en esas tierras, que luchó él solo contra los españoles por varias semanas hasta que al final fue traicionado por una de sus hijas, nunca se supo cuál, y fue capturado y torturado y tuvo la muerte más cruel posible y ya nadie debería olvidarlo porque en el ejemplo de su vida está la clave de la paz y la felicidad, esas que tanto anhelan estas gentes que huyen de todas partes con mochilas y bolsas de dormir amarradas a la espalda.
Cada día, al atardecer, H cierra el museo, del que es el dueño y el único empleado, come algo y se acuesta en un rincón, en un catre que hizo con sus propias manos, en el segundo piso, a donde el público no puede llegar, y canta y reza y ríe y llora y trata de no dormir porque teme no despertar, teme ahogarse en la laguna, teme morirse y acabar así con su estirpe y que los relatos de sus tíos y las aventuras de tantos y tan grandes guerreros se pierdan en el olvido, porque él, y no es así porque él lo quiera sino porque es su destino -y a esta altura ya empieza a sentir calor y a dormirse más tranquilo-, es el encargado de proclamar su legado familiar, el encargado de sembrar en toda esa gente que viene a verlo, la semilla de una sabiduría que es tan antigua como los primeros hombres de este lado del mundo y de quien él es, efectivamente, el último defensor.
Podría, sí, cómo no, escribir algo. Justo ahora.
25 de abril de 2009
Cierro los ojos
El punto es que en esos momentos, ahí acostado, si se presta atención, se puede sentir el verdadero vacío. El verdadero vacío no es ese pequeño y autocontenido que se siente a veces en el pecho cuando se camina por la calle y se mira hacia atrás y se ven todos los años que se han vivido, al mismo tiempo, en forma de nube de humo, esférica y azul. El verdadero vacío es diminuto, insignificante, ni se ve, pero tiene la mitad de la fuerza de un agujero negro y chupa y chupa y por eso es que se siente que las tripas se van a voltear y que uno también se va a voltear y que todo el universo se va a voltear, como si fuera de doble faz.
Hay que tener el instinto afinado. Hay que abrir los ojos antes de que venga la implosión. Y una vez el riesgo de implotar pasa hay que pararse y encender o apagar la luz y abrir o cerrar la puerta del cuarto y salir y coger rumbo a su calle preferida.
Ahí es cuando viene la explosión. Pero de esa hablamos después.