I
Son las dos de la mañana y caminamos por el centro bebiendo de una botella de Vodka barato que robamos de un bar del que nos acaban de echar. La botella está por terminarse, todo está cerrado y no hay un alma que nos interrumpa mientras recorremos calles estrechas sobre las que cae una leve llovizna que empezó hace horas y que, sabemos, no se detendrá hasta después del amanecer. En el bar nos aguantaron un rato largo, llegamos temprano y compramos cervezas y aguardiente y luego más cervezas y más aguardiente hasta que llevábamos mucho tiempo siendo los únicos clientes y nos pidieron que nos fuéramos. Es festivo, es un día de celebración patrio y el centro está completamente muerto, congelado, no hay sorpresas o peligros en sus recovecos, es más nuestro que nunca.
Como siempre, estamos a destiempo, desfasados. Todos duermen y descansan mientras nosotros caminamos, en silencio, juntos pero a suficiente distancia uno del otro, con un destino fijo pero desviando la ruta caprichosamente. La ciudad se ve hermosa y una luna gigantesca y ligeramente rosada la ilumina abriéndose paso por entre las nubes, justo encima de la más alta de las montañas. Esta es la primer noche en la ciudad en mucho tiempo para uno de nosotros y la última para otro. Somos tres y nos conocemos hace tantos años que a veces nos quedamos sin palabras y parece que no es necesario que hablemos porque ya lo sabemos todo.
El alchol, el silencio y el camino se terminan al tiempo. Alguien pregunta algo con el fin de aclarar algún punto borroso de la conversaicón de la noche y luego nos vamos a dormir.
Podría decirse que a la mañana siguiente uno de nosotros ya está en camino a otra vida pero sería impreciso porque también es posible que ese camino lo hubiera emprendido mucho tiempo atrás, quizás meses, quizás años, que lo hubiera empezado sin saberlo una tarde en la que los mismos tres nos sentamos en un bar a pensar qué sería de nuestras vidas en cinco meses, en cinco años.
Ayer hace cinco años estaba en una estación de transmilenio esperando un bus a mi casa a las cinco de la tarde. Venía del entierro del hermano de un amigo y acababa de despedirme de todos, acababa de quedarme solo.
Sonó el celular. Era mi prima, me preguntó dónde estaba, me dijo que me fuera rápido al apartamento a recoger ami hermana. Me contó -y se le quebraba la voz- que mi tío se había matado en la madrugada.
Corté. Perdí el sentido.
Algunos amigos me encontraron por casualidad y me ayudaron a tomar el bus.
Hoy hace diez años era día de elevar cometa en mi colegio. Una vez al año, en las primeras semanas de Agosto, nos daban un par de horas para salir a los campos de fútbol y volar cometas con los amigos.
Cuando me desperté fui a la cocina para saludar a mi mamá y desayunar juntos. Escuchamos a Darío Arizmendi -y se le quebraba la voz o hacía que se le quebraba la voz o yo recuerdo como si se le quebrara la voz- decir que acababan de matar a Jaime Garzón. Ese año no volé cometa. Al año siguiente me cambié de colegio.
Como siempre, estamos a destiempo, desfasados. Todos duermen y descansan mientras nosotros caminamos, en silencio, juntos pero a suficiente distancia uno del otro, con un destino fijo pero desviando la ruta caprichosamente. La ciudad se ve hermosa y una luna gigantesca y ligeramente rosada la ilumina abriéndose paso por entre las nubes, justo encima de la más alta de las montañas. Esta es la primer noche en la ciudad en mucho tiempo para uno de nosotros y la última para otro. Somos tres y nos conocemos hace tantos años que a veces nos quedamos sin palabras y parece que no es necesario que hablemos porque ya lo sabemos todo.
El alchol, el silencio y el camino se terminan al tiempo. Alguien pregunta algo con el fin de aclarar algún punto borroso de la conversaicón de la noche y luego nos vamos a dormir.
Podría decirse que a la mañana siguiente uno de nosotros ya está en camino a otra vida pero sería impreciso porque también es posible que ese camino lo hubiera emprendido mucho tiempo atrás, quizás meses, quizás años, que lo hubiera empezado sin saberlo una tarde en la que los mismos tres nos sentamos en un bar a pensar qué sería de nuestras vidas en cinco meses, en cinco años.
II
Ayer hace cinco años estaba en una estación de transmilenio esperando un bus a mi casa a las cinco de la tarde. Venía del entierro del hermano de un amigo y acababa de despedirme de todos, acababa de quedarme solo.
Sonó el celular. Era mi prima, me preguntó dónde estaba, me dijo que me fuera rápido al apartamento a recoger ami hermana. Me contó -y se le quebraba la voz- que mi tío se había matado en la madrugada.
Corté. Perdí el sentido.
Algunos amigos me encontraron por casualidad y me ayudaron a tomar el bus.
III
Desde que recuerdo hay en la cocina, sobre el refrigerador, un radio reloj que mientras mi mamá está en la casa sintoniza la cadena básica de Caracol.Hoy hace diez años era día de elevar cometa en mi colegio. Una vez al año, en las primeras semanas de Agosto, nos daban un par de horas para salir a los campos de fútbol y volar cometas con los amigos.
Cuando me desperté fui a la cocina para saludar a mi mamá y desayunar juntos. Escuchamos a Darío Arizmendi -y se le quebraba la voz o hacía que se le quebraba la voz o yo recuerdo como si se le quebrara la voz- decir que acababan de matar a Jaime Garzón. Ese año no volé cometa. Al año siguiente me cambié de colegio.
1 comentario:
De los recién vividos y/o los recién contados.
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