10 de enero de 2006

The Chronicles of Apicala

Desde hace ya algunos años se ha hecho tradicional el paseo de final-principio de año tipo padres e hijos de mi familia paterna (es decir toooda la familia se va junta a un condominio y pasan cosas divertidas, anécdotas y aenturas que quedarán en la mente de todos por una temporada más). Este año el turno fue para "Guaré" en las inmediaciones de las tolimenses tierras del Carmen de Apicalá (en mi concepto, Apicalá proviene de apical, es decir ápice o punta y tal vez el nombre viene porque la susodicha población se ubica formando una punta en la frontera entre los hermanos departamentos de Tolima y Cundinamarca, igual no estoy seguro y si alguien conoce la etimología correcta, me gustaría saberla, es un datico coctelero bastante útil), y como soy el único en la familia catalogable como adolescente, pues no tenía mucho qué hacer con el grupo de los cuarentones llenos de ganas de vivir conformado por mis tías, sus esposos y mis padres. Tampoco encajaba en el grupo de primos de más de veinticinco y sus parejas que se encuentran estableciéndose como adultos, ni con mis primos y hermana preadolescentes, ni con mi primo de tres años. Además, mis habilidades de socialización no fueron suficientes para acercarme al grupo de jóvenes en la misma situación que desde el primer día se hicieron los mejores amigos del mundo y consiguieron sus amores de verano y todo eso.


Por si fuera poco, el Carmen de Apicalá es un pueblo bastante aburrido, es decir no es suficientemente pueblo para convertirse en una experiencia antropológica interesante y degustar de la naturaleza, ni es suficientemente turístico para que haya algo para hacer, y mucho menos es suficientemente ciudad para disfrutar de las maravillas de la tecnología. Parece el pueblo indicado para que personas pertenecientes a la tercera edad hagan su retiro.



Entonces, pues sí, me aburrí, pero solo un poquito...
Bueno, en realidad estuve aburrido todo el tiempo.



Tan aburrido fue el asunto que los momntos más interesantes fueron cincno horas que pasé en Melgar el primer día y los veinte minutos de antes de devolverme para Bogotá DC.

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