¿Cuándo
ocurrió?
¿Hace
diez meses?, ¿hace dos?, ¿este año o el anterior?
La
rutina convierte la existencia en un bloque de contornos poco
definidos en el que apenas se distingue un lejano y desdibujado
“antes” que más bien parece una ilusión y en el que todo -las
personas, los objetos, los acontecimientos, Todo- se funde en una
misma materia fragementada en pequeñas partículas de tamaños
apenas diferentes, envueltas en una espesa sustancia que las corroe y
regenera por igual y con indiferencia. Una sustancia que resulta ser
la rutina misma y que nunca para de crecer y
de devorar los días, espesando cada vez más y más hasta empezar a
solidificarse desde el centro hacia los bordes, atrapando para
siempre algunos fragmentos que se conservarán como fósiles
engañosos que permitirán a los arqueólogos del futuro crear
ficciones que no por falsas pueden ser acusadas de inverosímiles,
inválidas o sin importancia dentro del proceso de reformulación y
creación de la cadena evolutiva del ego.
Cada
semana sucede a la anterior a un ritmo colérico e inclemente,
idénticas las unas a las otras, con los periódicos y predecibles
intentos de escape -la caminata bajo la lluvia, la borrachera
eventual, el sexo y el romance, las lágrimas y los impotentes
rituales antisistema como destruir una tarjeta de crédito
condenándola a la furia de las manos primero y al fuego después-.
Inútiles intentos de escape y de búsqueda de lo significativo, de
lo trascendente y de las emociones verdaderas que no tienen lugar en
la era del aburrimiento, la sobreestimulación, el scroll infinito y
el stream inagotable.
Desperdiciamos
nuestras poco valiosas vidas encerrados en la vibración de latas,
vidrios y gomas durante horas y horas cada día, respirando el humo
venenoso del progreso, concentrados en las mentiras del mundo que
tanto nos gusta creer -el amor, la democracia, el entretenimiento,
los vicios, la cultura, el maldito progreso-. No hay en nuestras vidas verdadera
belleza, verdadero conocimiento, sólo mediocres réplicas que se
quedan cortas desde todo punto de vista, pero que son lo único a lo
que podemos acceder porque necesitamos el tiempo para producir,
encerrados en apestosas oficinas mal iluminadas o en salones de clase
en los que no se aprende lo que se debería aprender. Vivimos en una
era fugaz y pasajera -y ya sabemos que el problema de lo fugaz es un problema de perspectiva- en la que el mundo es blando y epidérmico,
tan ligero y transparente que quien realmente quiere ver no tiene
problema en encontrarse con el horror y la desesperación.
Todo
lo que queda es seguir intentando, seguir entablando conversación
con el anciano acomodador de una sala de cine vacía, seguir saliendo
con la mujer que conociste en la fiesta en la que no querías estar,
seguir esperando ese golpe de suerte que nunca va a llegar, seguir
drogándose, seguir imaginando realidades paralelas mientras haces
scroll, te masturbas, stalkeas y sueñas con esa epifanía en que por
fin el Arte se te revelará como el camino inequívoco a La Verdad y
logrará que, de una buena vez, todos los sacrificios y la mierda cobren algo
de sentido.
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