28 de agosto de 2007

Soliloquio victorioso

La victoria, el triunfo, el éxito y esas cosas pueden tomar por sorpresa, golpear de sopetón y derrumbar, justo como el teremoto de hoy en Bogotá. Perder puede llegar a ser más sencillo: se llora, se queja, se buscan culpables y se prepara para intentarlo de nuevo.

A diferencia de cuando se sube una montaña, el alcanzar una meta no es satisfactorio en sí mismo. Cuando se está en la cima de una montaña se mira hacia abajo y se siente que valió la pena, se puede descansar y más tarde iniciar el descenso. Pero, a diferencia de lo que nuestro magno filósofo Duque Linares (venia y persignado) afirmaría, esta situación no metaforiza la "vida real". En la "vida real" al cumplir una meta no hay tiempo de mirar hacia abajo ni de deshacer lo andado, tan pronto se logra lo planeado se ve una meta más grande al lado que busca ser conquistada, y de nuevo se corre tras ella. Y siempre, con la ayuda del tiempo, todo termina siendo insignificante, al final nada importa. Al menos eso pensaba yo hace un par de semanas subido en la cima del cerro Covadonga. Al menos eso pensaba yo hace un par de horas viendo una meta realizada.

Recordar es vivir, dicen por ahí:


Ah, y que no se les olvide por favor: que nos cojan confesados:

Y acuérdense: estas cosas no avisan, no nos vengamos con pendejadas.

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