I.
Era viernes. Era semana santa. Iban a ser las tres de la tarde.
Se encontraron en un punto equidistante a sus respectivos apartamentos. Caminaron y caminaron hasta que por fin consiguieron un colectivo que los llevó al centro. Llegaron a la plaza de toros con tiempo suficiente para dar una vuelta por el Parque De La Independencia. Luego hicieron la fila y entraron a ver un espectáculo de esos de circo contemporáneo con gente que vuela, acrobacias, fuego y muchas plumas en el vestuario. Al final, un toro gigante de fuego salía del ruedo, se elevaba hacia el cielo y moría rápidamente frente a las Torres del Parque. El público aplaudía extasiado, de pie.
Al salir de la plaza caminaron por entre las calles vacías, lentamente, conversando agarrados de la mano, mientras la escasa luz del sol se debilitaba más y más. Hacía frío y llovía suavemente. Entraron en un pequeño café para escampar y calentarse. La lluvia se fortalecía y otras pocas personas entraban a cuentagotas, empapadas. El café humeaba. “¿Yo qué soy para ti?, preguntó ella. Él lo meditó por un momento, sorbiendo despacio, viendo por entre el vapor que empañaba el vidrio de la ventana. Llevaban algunos meses saliendo juntos y se querían. Todo iba bien. Eso fue lo que él respondió. Pero ella no estuvo de acuerdo.
Era tarde. Caminaron buscando transporte pero el centro estaba desierto. Después de un rato consiguieron un taxi. Ella se bajó frente a su apartamento y él siguió hacia el suyo.
Un año después apenas si se recordaban.
II.
Era viernes. Era semana santa. Iban a ser las tres de la tarde.
Habían llegado un par de días antes y el pueblo ya lo había aburrido a él. Intentaron irse pero ese día no había transporte a la ciudad. Almorzaron. Bajaron al pueblo a tomarse unas cervezas para deshacerse del calor. Mientras desocupaban las botellas y escuchaban las campanas de la igleisa anunciar la muerte de Jesús, se vino una tormenta fuertísima y el cielo se puso oscuro, muy oscuro. En el televisor pasaban la historia de Jonás, una producción barata y muy mal doblada. No tenían sombrilla y estaban lejos, así que decidieron quedarse y beber más. Acumularon varias botellas hasta que a eso de las seis, cuando oficialmente se hacía de noche -pero todo estaba tan oscuro que daba lo mismo-, les dijeron que ya tenían que irse porque iban a cerrar. Eran los únicos clientes y seguía lloviendo.
Salieron a caminar por las calles empinadas de ese pueblo clavado entre montañas lejanas, buscando algo de comer o algún sitio para tomarse unas cervezas más pero encontraron todo cerrado y las calles desocupadas. Seguía lloviendo con mucha fuerza y estaban lavados. Después de dar una última vuelta por las pocas calles del pueblo, decidieron volver a subir la montaña hasta su casa. Se secaron, encendieron la chimenea y tuvieron sexo. Cenaron con arepas, huevos y salchichas. Al día siguiente se despertaron temprano y regresaron a la ciudad en el primer transporte del día (un jeep viejo y destartalado que compartían con unos pocos campesinos). Fue el último viaje que hicieron juntos.
Un año después se odiaban a muerte.
III.
Era viernes. Era semana santa. Iban a ser las tres de la tarde.
Caminó buscando llamadas a celular. La llamó pero ella no contestó. Volvió al teatro y la buscó una vez más. Se habían visto un par de días antes y habían quedado en encontrarse de nuevo ese día, en ese sitio, a esa hora. La función iba a empezar, así que entró.
Un año después seguían sin saber el uno del otro.
IV.
Era viernes. Era semana santa. Iban a ser las tres de la mañana.
Ella se levantó del sofá con cuidado para no despertarlo y se fue a acostar a la cama que le habían asignado los dueños de casa. Dejó el televisor encendido. Se habían dormido viendo “Friends” y tomando vino blanco de la única caja que lograron conseguir la noche anterior en la única tienda del sector (una casita de madera a quince minutos de camino, con algunos víveres básicos a buen precio y un par de máquinas tragamonedas con luces de colores y los escudos de varias selecciones nacionales de fútbol). Era la primera vez que dormían juntos, aunque llevaban un tiempo coqueteándose con timidez y dándose besos cuando coincidían borrachos en la misma fiesta.
En la noche cocinaron junto a los amigos con los que compartían la cabaña, disimulando, haciéndose los desentendidos. A veces, mientras amasaban harina para tortillas, sus manos se rozaban y se miraban brevemente, reafirmándose todo lo que se habían dicho en la madrugada.
Al otro día, él contrató un carro hasta el pueblo más cercano y tomó el tren a la ciudad. Ella regresó unos días después. Fue el primer viaje que hicieron juntos. Luego vinieron más.
Un año después se seguían queriendo pero los separaban unos cuantos miles de kilómetros.
V.
Era viernes. Era semana santa. Iban a ser las tres de la tarde.
Salió de la ducha y la llamó: ya iba llegando. Se distrajo en el computador hasta que escuchó el timbre. Le abrió, se saludaron y charlaron un rato mientras él se vestía. Él sólo hablaba de la película en la que estaba trabajando. A ella no le emocionaba tanto. Tomaron café. Almorzaron. Tomaron más café. Salieron para el centro.
Al llegar al teatro encontraron una fila larguísima y ella llamó a sus amigas, quienes por fortuna estaban muy cerca de la taquilla. Las entradas para la función de las siete se agotaron y tuvieron que comprar para las nueve.
Después de un rato, ya con las entradas, salieron a caminar por el centro junto a las amigas. Dieron vueltas buscando algún sitio para beber cerveza pero pocos estaban abiertos y los que estaban abiertos estaban a reventar. Finalmente entraron a una tienda para rastas donde también funcionaba algún tipo de bar ilegal (al fondo había una escalera que llevaban a un segundo piso en donde un débil bombillo verde iluminaba una habitación pequeña, con las paredes cubiertas por consignas políticas escritas con mala ortografía y alusiones futbolísticas, llena de jóvenes drogándose sobre pupitres escolares. Vendían cerveza a un precio alto). Bebieron cerveza, fumaron mariguana y siguieron su camino. En alguna esquina compraron botellas de licor envueltas en bolsas de papel y se fueron para el teatro con el tiempo justo.
Después de la obra (una obra alemana interpretada por un grupo de finlandeses, sin subtítulos o traducción, con una serie de elementos técnicos notables, que la sala llena aplaudió con entusiasmo) caminaron más y terminaron en ese sitio del centro de Bogotá que todo el mundo conoce y en el que todo el mundo termina. Bebieron un rato junto a las amigas y otros amigos de ellas y luego se fueron. Tomaron un taxi hasta el apartamento pero antes dejaron a una de las amigas en su casa. Él se preparó unos huevos revueltos. Ella no comió nada. Se acostaron y hablaron un rato. Él seguía con lo de sus películas. Tuvieron sexo. Él durmió. Ella no.
En la mañana, temprano, ella se levantó y se fue. No volvió a llamarlo o a contestar sus llamadas. Él tampoco intentó mucho.
Un año después, el mundo ya no existía.