30 de diciembre de 2006

Editorial: Se respira un ambiente de confianza

Cuando nos encontramos a pocas horas de entrar en el que conoceremos como el año del Deconstruccionismo postpictórico prosopopéyico prosaico rimbombante apocalíptico y accionista, tan solo un día después de que Sadam Hussein muriera por complicaciones respiratorias, nos disponemos a hacer un corto análisis editorialista del año.

Durante todo el año se ha logrado mantener la confianza de los inversionistas, quienes parecen estar esperando el momento indicado para entrar en juego. La recesión económica de fin de año, ocasionada por la especulación acerca del primer trimestre de 2007, ha pasado casi inadvertida, dejando, eso sí, serias lesiones en la capacidad de ahorro.

Durante todo el año se vio un especial aumento en el consumo de bebidas fermentadas de la cebada, aumentando, del mismo modo, la asistencia a diversos lugares de entretenimiento y diversión. Estos comportamientos, acompañados de la acostumbrada concurrencia a eventos de tipo musical logró mermar las arcas de unos y aumentar las de otros.

La reactivación de la lectura como actividad principal trajo consigo grandes beneficios, halando de paso la recuperación de actividades que desde años anteriores habían sido descuidadas.

Debido a la confianza existente en el ambiente, se han emprendido varios proyectos de gran importancia que, según parece, están teniendo un correcto desarrollo.

Bueno ya, me aburrí de escribir bobadas, el hecho es que el 2006 fue un muy buen año, esperemos que el 2007 sea mejor.

Feliz año nuevo.

20 de diciembre de 2006

Ideas sueltas

Y se me ocurre a mí que -a pesar de estar seguro de lo limitado, superficial y populachero de mi análisis- si según Freud la cultura se caracteriza por la represión de las pulsiones naturales e instintivas del humano (eros y tánatos) declarándose de este modo en contra de la felicidad del individuo, es debido a nuestra particular forma de afrontar el asesinato y la sexualidad que Colombia es el país más feliz del mundo. Me explico, sin entrar en detalles sobre la doble moral colombiana ni nada de eso (y de paso sin ponerme a buscar estadísticas que respalden mis afirmaciones porque me da pereza), aquí es socialmente aceptado -exagero, lo sé- tener una amante o matar a una persona, algunos son más machos entre más hembras o entre más muñecos tienen en su haber, de ese modo la cultura no va en contravía de la felicidad del individuo. ¿será por eso que somos el país más feliz del mundo? yo no sé, yo no sé nada, sólo estoy lanzando ideas al aire, es que a veces se me ocurren cosas.


Se siente en el aire, ya llega la época deconstruccionista postpictórica prosopopéyica prosaica rimbombante apocalíptica y accionista. Esperemos que también quepa el "Prolífica".

14 de diciembre de 2006

Imágenes fijas (sufrimiento, muerte, dolor)

Recuerdo aquel día. El sol se preparaba para hundirse en el océano y yo me alistaba para volver a la casa en compañía de mi familia. Aprovechando los últimos rayos del astro, que algún día explotará y hará "maíz pira" con este planeta, yo infante jueguetaba en la arena. De pronto, a lo lejos, vi una pequeña canoa que regresaba tripulada por un par de morenos trayendo sus redes. Al extenderlas en la arena pude ver cientos de peces que revoloteaban y se zangoloteaban desesperados, seguramente sin entender qué carajos estaba pasando. Hasta que, poco a poco, iban desistiendo. No lo soporté más y le pedí a mi tía que nos fuéramos.

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Esta es una imagen fija de muerte y sufrimiento que aún conservo. Pero no es la única. Pocos años después, algún fin de semana, fuimos todos juntos a una vereda particular, muy cerca de la ciudad en la que siempre he vivido, por el sur, detrás de los barrios que a nadie -mucho menos a mí- le gusta visitar. Yo era pequeño y la zona segura, así que tenía la libertad de andar por donde quisiera, solo, y meterme donde nadie más cabía. Las montañas eran hermosas pero no inalcanzables para mi yo explorador, veía cuevas oscuras donde realmente había claros en el bosque. Y subía, subía hasta llegar a la cima y ver más montañas y pequeñas casitas -pero no de techos rojos como en las postales-, también se alcanzaba a ver el ganado famélico, las ovejas grises, negras, cafés, nunca blancas. Bajaba a las porquerizas y observaba con curiosidad esos enormes animales color piel, con ese olor particular que si bien no me parecía asqueroso, si me causaba cierta repulsión. Casualmente los dueños de casa habían subido hasta la porqueriza -arriba de la casa, abajo de la cima- a bajar una cerda, inmensa, gorda, bonachona, que parecía estar dispuesta a todo por ese amo que siempre la alimentaba, bondadosa, dócil. Los anfitriones habían decidido celebrar la visita de las profes y su familia por lo alto, "hacía harto que no venían". "Ven, para que mires cómo matan el marrano", dijo mi tía. y yo, curioso, fui.

El jefé de hogar, un hombre robusto, con las mejillas rojizas y las manos ásperas, ató las extremidades de la cerda y la tumbó de modo que quedara sobre uno de sus costados. Yo estaba congelado, esperando a ver qué iba a pasar. La cerda, entendiendo que algo no andaba bien, empezó a rezongar, su nerviosismo evidentemente aumentaba a cada instante. Con una frialdad increíble, el tipo tomó un platón plástico y lo puso debajo de la garganta, sacó un cuchillo recién afilado, abrazó el cuello del porcino -quien dentro de todo se tranquilizó un poco al sentir el abrazo- y ¡zas!, le dio certera puñalada en la garganta. La sangre empezó a brotar, caliente, espesa, directo a la vasija, mientras la cerda se revolcaba y lanzaba unos chillidos que aún me parecen aterradores -así sea cuestión de mi imaginación-. Luego no sé qué ocurrió, seguramente me fui. Pero cuando volví, la cerda ya se encontraba abierta por el vientre, partida en dos, en un charco de sangre y tripas. Y cuando llegué a ver de nuevo el hombre aquel exclamó "¡estaba preñada y no nos habíamos dado cuenta!". Yo no sé nada de biología, ni de zoología, y en realidad mi memoria no es que sea de fiar, pero recuerdo que el tipo sacó como una bolsa de un tejido muy suave y dentro habían muchos marranitos -no sé de cuántas crías sea una "camada" de cerdos, pero creo que eran como trece o quince-, de unos tres centímetros, en lo que llaman posición fetal, con los ojos cerrados. Eran tan pequeños y tan bonitos, ahí botados en el piso, encima de un líquido, que pedí que me regalaran algunos. El hombre aquel fue por un tarro de mayonesa, lo llenó con formol y luego echó dos fetos. Eso fue hace, por lo menos, diez años, y aún el frasco de Fruco está en mi biblioteca. Les debo las fotos para un momento en que la iluminación no me sea adversa.

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Hay otra imagen que también tengo muy marcada, pero de la que no hablaré mucho. Fue un par de años después del incidente de la cerda, exactamente el 4 de Mayo de 1997.

Todo es confuso, unas manos entran por la ventana rota del carro y meten una varilla, hacen palanca y las latas ceden liberando mi pierna -que por costumbre metía entre la puerta de adelante y la silla del copiloto-, las mismas manos me sacan alzado por entre la ventana, veo el rostro de la persona por primera vez en mi vida, me pone en el piso y veo, a menos de un metro, a mi mamá tirada en el piso, está inmóvil y hay muchísima sangre en su cara y en su ropa, tiene un overol azul, hay gente alrededor, muchos carros ya pararon, no veo a nadie más, ninguno de mis acompañantes, pero la gente me cuida, me alejan de lo que quedó del carro y del cuerpo de mi mamá, me preguntan que si estoy bien, me dicen que no me preocupe. De la nada aparece mi tía, ella tiene a mi hermana, también a mi prima. Nos montamos en una camioneta y nos vinimos para Bogotá, no vi ambulancias, no vi a mi papá, no supe de mi mamá. Hasta la noche supe que, al menos, estaban vivos.

Después de lo que para mí fueron tres meses contados (y que según me dicen no fueron sino dos o tres semanas) mi papá llamó a la casa de mi abuelita, donde nos estábamos quedando y dijo que ya iba con mi mamá. Cuando supe que habían llegado corrí, bajé las escaleras, abrí la puerta y vi a mi papá entrar por el garaje con mi mamá, en silla de ruedas, con un tubo que le salía del pecho y estaba conectado a algo, acabada, disminuida, ni la mitad de la mujer fuerte que recordaba.

Esas son cosas que no se olvidan. Eventualmente me asaltan las imágenes, como fotogramas, del rostro de mi mamá ensangrentado, irreconocible, con los ojos cerrados. O de la cerda chillando y el chorro de sangre saliendo poderoso por la herida en la garganta.

12 de diciembre de 2006

Tres de la mañana, once grados celsius, inquietud en aumento

Es la madrugada la hora en que digo estar más lúcido. Pero miento, yo nunca estoy lúcido. Mi pensamiento se ve nublado todo el tiempo, entumecido entre las sombras que proyectan aquellas ideas que parecen venir de otro mundo pero cuya persistencia no alcanza para lograr llegar hasta mí.

La aparición del Esquizoide -no el propio, ese, si existe, no ha dado la cara aún- ha logrado nuevamente inquietarme. Aunque bueno, admito haber estado inquieto desde hace ya un buen rato, pero siempre me hacen falta detonantes, siempre me distraigo en el camino. Por ejemplo, acabo de gastar cinco minutos pensando en los nombres indicados para esos personajes que han tomado cierto protagonismo en mi historia presente durante los últimos tiempos, y no he llegado a nada. Vamos a ver qué tanto me dura la concentración, necesito que, al menos, alcance para un par de meses.

¿La única labor realizada en los últimos tiempo está perdida?, ¿una vez más he arado terreno estéril? no lo creo, nunca está de más dedicarse a esa labores, aunque ahora sienta presiones temporales, ya pasará, no importa, todo va a salir y si no sale ¿qué más da?

Y hablando de últimos tiempos, convulsos estos aunque disimulados, tengo que sacarme ciertas ideas de la cabeza, o las cosas se hacen realidad o se abandona el cadáver, pero sé que eso no pasará aún, falta el detonante, ese que ya varias noches he palpado y he estado a punto de presionar, pero siempre, cobardemente, lo suelto y miro hacia el otro lado, me hago el desentendido. Pero eso no puede durar, tengo que obligarme a mí mismo.


Y sí, son reflexiones personales que a ustedes seguramente no les importan. Pero bueno, la mayoría sabe a qué atenerse cuando entran aquí.